Según el mito de Agartha, los arios
primigenios habrían creado reinos subterráneos en los que seguirían conservando
los secretos antiguos. Esta idea vino avalada por el ingeniero ruso Ferdynand
Ossendowski, quien, en su libro “Bestias, hombres, dioses” describe cómo en su
huída de los bolcheviques a través de Asia central, tuvo noticia del reino
subterráneo de Agarthi, lugar en que se habrían refugiado los supervivientes de
grandes continentes hundidos y que sería la sede de un Señor del Mundo. El escritor
alemán Edmund Kiss se encargaría de vincular el mito de Agartha con la
cosmogonía glacial de Hörbiger, el gran “guru” científico del nazismo, quien ya
apuntaba a una relación entre la Atlántida y el Tíbet.
La obra de Hanns Hörbiger es revolucionaria. La Cosmogonía Glacial (Glazial Kosmologie, 1913) es una visión de mundo absoluta y trascendente. Es una concepción del Universo, de la Tierra, de la vida y del espíritu que responde, básicamente, a tres interrogantes: ¿qué somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? Se sustenta sobre dos elementos en combate eterno: la lucha complementaria entre el Hielo y el Fuego, y entre las fuerzas de repulsión y atracción que se generan a partir de esta dinámica. Esta conflagración que rige a los espacios cósmicos y a los cuerpos celestes, rige asimismo a la Tierra y a toda la materia viviente del planeta, determinado de esta manera, los patrones cíclicos que se traducen en catastróficos procesos que han asolan al planeta, cuyo recuerdo ha sido transformado en mito y leyendas en distintas regiones del mundo.
De acuerdo a la Cosmogonía Glacial, en la espiral descrita por las órbitas planetarias de acuerdo a Hörbiger, Marte será próximamente atraído a la órbita terrestre para convertirse en su satélite. Sin embargo, su órbita será mayor y al fin, el planeta rojo se verá absorbido por la atracción del Sol. El paso de Marte significará una grandiosa destrucción de la Tierra, debido al aumento ostensible de la temperatura y a los considerables efectos gravitacionales. Tras un ciclo, la Tierra se transformará en un planeta de Hielo, que asimismo será atraído al Sol, junto a otros cuerpos de naturaleza similar, los que se fundirán en la masa ígnea solar hasta que estalle, y de esta manera, todo el proceso cósmico se reiniciará una vez más.
La expedición alemana al Tibet logró crear una actitud positiva respecto a la Alemania nazi por parte de los tibetanos. Bajo el lema del “Encuentro de la esvástica occidental con la oriental” lograron establecerse contactos políticos de alto nivel con el gobierno tibetano que se manifestaron, entre otros, en la declaración oficial de amistad que Qutuqtu de Rva-sgren, el regente tibetano, puso por escrito a la atención del “notable señor Hitler, rey de los alemanes, que ha conseguido hacerse con el poder sobre el ancho mundo”. También en el documental se ve una larga cola de tibetanos que acuden a ofrecer regalos a “los primeros alemanes que son recibidos aquí”, lo que no es del todo cierto, ya que Schäfer había participado anteriormente en dos expediciones al Tíbet realizadas por un equipo germano-estadounidense.
Entre los nazis que se aventuraron por las altas regiones del Himalaya y el Tíbet, encontramos en lugar preferente a Heinrich Harrer, montañista, deportista, geógrafo y escritor austriaco, quien narra sus aventuras en su libro “Siete años en Tíbet”, en que se basa la película del mismo nombre. Harrer fue detenido el año 1939 en la India, justo al empezar la guerra y finalmente, tras varios intentos, consigue fugarse del campo de concentración donde estaba detenido por los ingleses alcanzando el Tíbet en mayo de 1944. Gracias a los delegados alemanes que permanecían en Lasha, Harrer pudo establecer contacto con las autoridades tibetanas, llegando a convertirse finalmente en instructor y hombre de confianza del Dalai Lama. Harrer pertenecía a la “Orden Negra” de las SS desde 1938 y era miembro delos “wandervogel” o “pájaros errantes”. Este era un movimiento juvenil que predicaba el retorno a la naturaleza y un estilo de vida alejado del entorno urbano, por lo que muchos de sus miembros eran montañeros y escaladores.
Cuando los ingleses le detienen en la India, Harrer estaba junto a otros camaradas en una expedición para alcanzar la cumbre del Nanga Parvat, una montaña del Himalaya, de 8126 metros de altitud, situada en el actual Pakistán. Un año antes, en 1938, cuando ya era un miembro SS, Harrer y otros tres escaladores del mismo cuerpo, ascendieron por primera vez la cumbre del Eiger (Suiza) por la cara norte. La aventura se considera aún hoy en día una hazaña del alpinismo. Durante los tres días que duró la ascensión Hitler estuvo informado de los progresos de la expedición y, tras su brillante resultado, quiso conocer a los protagonistas. Aunque nunca se haya declarado oficialmente, se ha citado documentos desclasificados tras la guerra según los cuales en el búnker de Berlín se hallaron varios cuerpos con rasgos tibetanos, lo que vendría a demostrar que la relación con el Tibet tuvo gran importancia para el III Reich.
La esvástica es el símbolo considerado por muchos investigadores como el más antiguo de los empleados por los hombres. Está extendido por todo el planeta y es conocido su uso en civilizaciones como los indoarios, chinos, japoneses, hindúes, mongoles, celtas, aztecas, vascos y muchas otras. Su significado más antiguo es el del símbolo del sol nórdico y era objeto de culto y respeto, siendo signo de los arios. Está vinculado al mundo mágico, espiritual y a los “dioses cósmicos” como Shiva, dios indo-ario que tenía en sus representaciones inscrita la esvástica y que es portador de la misma energía universal que porta Odín o Wotan (llamado Odín en Escandinavia y Wotan en Germania). La cruz gamada significa “la gran rueda del llegar a ser”, rueda que gira irresistiblemente sobre su propio centro inmutable marcando su destino, su manifestación espacio-temporal.
La esvástica “sinistrógira”, orientada hacia la izquierda, que es la que adoptaron los nazis, se dice que simboliza el camino de retorno hacia el origen, hacia Hiperbórea. Según Miguel Serrano la esvástica es un signo del sol nórdico de origen ario, post hiperbórico. Tras la desaparición de Hiperbórea y la desviación del eje terrestre, comenzaron las estaciones. Y los arios hiperbóreos aportan este signo de origen rúnico de la Runa Gibur, representando el sol promotor del Año Terrestre y del movimiento de las cuatro estaciones. Así, los cuatro brazos de la esvástica representarían la primavera, el verano, el otoño, el invierno y su movimiento, desde el centro fijo e inmutable dentro del círculo del año. Según sea el lado a que se dirijan las prolongaciones de la Cruz, así será el movimiento de la esvástica. Los alfabetos rúnicos son un grupo de alfabetos que comparten el uso de unas letras llamadas runas, que se emplearon para escribir en las lenguas germánicas en la Antigüedad y la Edad Media, antes y también durante la cristianización, principalmente en Escandinavia y las Islas Británicas, además de la Europa central y Oriental.
Según los esotéricos nazis, cuando se mueve hacia la derecha – esvástica dextrógira– se representaría la pérdida de la Edad Dorada, tras el hundimiento de Hiperbórea, con el desvío del eje terrestre. Según explica Miguel Serrano, esta esvástica dextrógira simboliza el éxodo o migración Polar de los semidivinos arios hiperbóreos y la variación del movimiento giratorio de la tierra sobre sí misma. Puede comprobarse esta variación en las conchas de caracoles marinos y de algunas piedras de gran antigüedad, encontradas en la Antártida, cuyas espirales están girando en dirección contraria a la rotación actual de la Tierra. La esvástica “dextrógira” está girando en la dirección de las agujas del reloj y de la Tierra actual. La esvástica “levógira”, que eligieron los nazis como su símbolo, gira en dirección inversa a las manecillas del reloj y de la rotación de la Tierra actual. Esta esvástica “levógira” representa el regreso a la remota Hiperbórea.
Entre las extraños comportamientos nazis, se afirma que la guerra esotérica de Hítler fue hecha para conseguir el retorno a la Hiperbórea extraterrestre, con el fin de cambiar la faz de la Tierra. También la religión Bo, del antiguo Tíbet, anterior al Budismo Mahayánico, tenía como emblema la esvástica “levógira”. Pero en cualquiera dirección que se represente la esvástica, es originalmente un símbolo rúnico de los pueblos nórdicos, con sus héroes de origen divino.
El mismo dios Thor, “dios de la fragua y de los herreros”, representante por excelencia de la mitología nórdica, porta el martillo con la esvástica, con el que protege a los hijos del Sol Negro. Se hace notorio recordar la enigmática celebración nazi del solsticio de verano, momento de la victoria de la luz del Sol sobre las tinieblas, o de “los hombres del sol sobre los de las tinieblas”.
Respecto al águila imperial nazi, Alfred Rosenberg, colaborador de Hitler y
responsable de los territorios ocupados por Alemania durante la Segunda Guerra
Mundial, afirmaba que los “aryas” situados en las más elevadas mesetas y
regiones del Asia Central hicieron del “pájaro de las cumbres (el águila) el
rey de las montañas… aquél que puede mirar el Sol de frente, cara a cara…”. El
Águila del Imperio, portadora del signo del imperio (la esvástica) y situada
sobre el estandarte nazi alemán es el mismo símbolo que utilizaban las legiones
romanas y las tropas napoleónicas.
El Emperador Juliano, el “último emperador romano”, tuvo una visión la noche
antes de morir a causa de una herida de guerra en Persia: vio el Águila del
Imperio de Roma (signo de Zeus-Júpiter) que volaba hacia Oriente, para
refugiarse por casi dos milenios en las montañas más altas del mundo (el
Himalaya). Transcurrido el tiempo indicado, el águila, volvía a Occidente
portando el símbolo sagrado (la esvástica). Es este el contexto en el que
debemos hallar el significado del águila nazi trayéndonos la esvástica desde
las montañas más altas del mundo. De esta forma, los nazis pretendían ser los
depositarios de la tradición imperial, reivindicando el derecho de ser
legítimos herederos del Imperio Romano y del águila de Zeus-Júpiter.
Algunos opinan que el alfabeto rúnico se desarrolló tomando como base el
griego, pero otros investigadores han hallado evidencias de una escritura
prerrúnica muy antigua que data de finales de la Edad de Hielo. El alfabeto
rúnico tiene 24 letras y cada letra tiene en sí misma un significado mágico y
místico simultáneamente. El conocimiento de las runas lo consiguió Wotan (Odín)
colgándose por nueve días en el árbol cósmico (Yggdrasil) e hiriéndose con una
lanza en el costado, en lo que es una práctica iniciática claramente chamánica.
Proyectadas en rituales mágicos, los antiguos germanos dotaban a las runas de
grandes poderes.
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