miércoles, 5 de mayo de 2010

La Memoria mágica de Giordano Bruno



De El Arte de la Memoria de Lluïsa Vert

A este dominico nacido en 1548, lulista convencido, sabio, mago convicto de herejía y viajero incansable, se le conoció también como un experto en el arte de la memoria. Publicó varios libros sobre el tema, considerándolo un arte mágico-hermético. De umbris idearum y el Cantus circaeus son sus primeros escritos sobre la memoria mágica, a los que siguie­ron Explicatio trigimta sigillorum, Lampas triginta statuarum y Sigillus sigillorum. También compuso algunos tratados sobre magia como De vinculis in genere y De magia, basado este último en De occulta philosophia de Agrippa, del que fue un gran admirador.




En la Explicación de los treinta sellos y en la Lámpara de las Treinta Estatuas, Giordano Bruno utiliza un sistema mnemotécnico inspirado en las figuras de Ramon Llull, considerando tales figuras como lugares de la memoria, que sustituyen la arquitec­tura imaginaria de un edificio de la memoria.
Estos lugares corresponden a las Dignidades o manifestacio­nes de la divinidad, imaginadas por Llull y también a las diez sefirot hebreas que Bruno amplia a treinta.
Es curioso constatar que tanto Giulio Camillo como Gior­dano Bruno se refieren a las sefirot hebreas como lugares de la memoria, y no podría ser de otro modo ya que, como hemos visto, el origen y el fin del arte de la memoria es la creación del Universo divino, representado por las sefirot.
En la Lámpara de las Treinta Estatuas, Giordano Bruno uti­liza el número treinta para describir otras tantas estatuas esculpi­das en el interior de la memoria que representan distintas causas primordiales que forman la divina creación. Respecto al signifi­cado de una de ellas, Minerva, que según Bruno simboliza preci­samente la memoria, escribe: “Representa la mens, lo divino que en el hombre refleja el divino universo. Ella es la memoria y la reminiscencia (…) por la escala de Minerva nos elevamos de lo primero a lo último” (El arte de la memoria, p. 338).
Aquí Bruno introduce un elemento interesante pues relaciona la memoria con la mens o el intelecto divino de Giulio Camillo y lo relaciona con la escalera que une lo más bajo con lo más alto. Etimológicamente, Minerva pro­cede de mens, ‘pensamiento’, se trataría pues de una parte del Pensamiento divino que mueve el Alma del Mundo y que se aloja en el hombre dándole la vida por un tiempo. En este sentido, es un préstamo que Dios le confía cuando viene a este mundo. Respecto a este préstamo, un hermetista del s. XIV, llamado François de Foix escribió lo siguiente:
“Si usamos nuestros pensamientos según nuestro deber, conoceremos que poseen tantas esencias divinas que su llave, que es la voluntad, estará totalmente unida a Dios, como dice san Pablo (Romanos VII) quien, por su hombre interior, se deleita de la ley de Dios y la sirve según su pensamiento; al contrario, según la carne y sus concupiscencias, sirve a la ley del pecado. De aquí pro­viene nuestra ruina, ya que nos son tan familiares nuestros pensamientos mal empleados que, a menudo, pensamos que son cualidades de nuestra propiedad, sin considerar que nuestro pensamiento es una verdadera esencia divina, que nos es delegada para conducirla a la gloria, alabanza, servicio y obediencia a Dios, a cambio de rendir cuentas y ser juzgados por ello” (Le Pimandre de Mercure Trismegiste, pp. 27-28).
En lo escrito por F. de Foix reside el problema del libre albedrío del hombre, o, dicho de otro modo ¿cómo debería usar el ser humano del depósito divino a él confiado? La imaginación mágicamente animada y el recuerdo desper­tado eran según Bruno: “la única puerta de acceso y el vínculo de los vínculos” (De Magia, op. lat. III, p. 453), aquello que permitiría unir el alma del hombre con su fuente original. Para confirmarlo, en algunas de sus obras Bruno cita la defensa de la imaginación llevada a cabo por Sinesius en el Tratado sobre los Sueños:
“La inteligencia encierra en sí las imágenes de las cosas que son, el alma encierra las imágenes de las cosas que nacen; la imaginación es como el espejo en el que se reflejan, para ser percibidas por el animal, las imágenes que tienen su asiento en el alma… Es una gran felicidad tener la intuición de Dios, pero conocer a Dios por medio de la imaginación, he aquí la intuición por excelencia. La imaginación es el sentido de los sentidos, pertenece a la vez al alma y al cuerpo”. (Oeuvres de Synesius, p. 351).
Por medio de sus estatuas o sus sellos talismánicos creados para influir en la imaginación y despertar la memoria, Bruno pretendía provocar el proceso apuntado por Marsilio Ficino en su obra De Amore:
“Así como el espejo, alcanzado de algún modo por el rayo del sol, resplandece e inflama, por el reflejo de este resplandor, a la lana colocada cerca de él, igualmente, la parte del alma llamada oscura fantasía y memoria, como un espejo, es alcanzada por el simulacro de la belleza que toma el lugar del propio sol, por un cierto rayo que entra por los ojos resplandece e inflama, encendiéndose por ello la facultad de apetecer”.(De Amore, p. 190).
Bruno, al igual que Camillo, transformó el Arte de la memo­ria y convirtió una técnica racional y objetiva para aumentar la memoria, basada en el uso de imágenes, en un arte mágico reli­gioso destinado a preparar la imaginación y despertar el recuerdo adámico sepultado en cada hombre, la débil llama destinada a atraer el divino fuego, tal y como está explicado en El Zohar, texto que tanto Bruno, ferviente admirador de Pico, como Camillo conocían perfectamente:
“Mediante el despertar de lo de abajo se produce el despertar de lo de arriba. Ya que nada se despierta arriba si antes no ha sido excitado desde abajo. Y las bendiciones de arriba no se encuentran sino allí donde hay algo, y no en lugares vacíos, donde no hay nada” (Zohar, vol. I, fol. 88ª).
En la actualidad el olvido de la humanidad es total, las her­mosas estancias renacentistas adornadas con sus maravillosos siste­mas mnemotécnicos son sólo residuos del pasado. Sin embargo, siempre habrá un lugar donde reavivar la memoria; se trata de los libros santos y sabios, donde bajo imágenes y símbolos se halla descrita la vía del recuerdo y de la regeneración del hombre. Res­pecto a ello está dicho en El Zohar: “El hombre que olvida las palabras de la Torá y que no quiere dedicarse a ella, es como aquel que ha olvidado al Santo-bendito-sea, ya que la Torá entera es el nombre del Santo-bendito-sea”(Zohar, vol. III, fol. 136ª).
Quisiéramos, para finalizar, aportar el testimonio de un caba­lista cristiano de la época, llamado Johannes Reuchlin (1455-1522), autor de De Verbo Mirifico y De Arte Cabalística, en esta última obra trata de la importancia del recuerdo relacionado con el nacimiento del amor, la magia poderosa que vincula al amante con su amado:
“Su recuerdo atento nos lleva recípro­camente al amor de Dios, y a su vez el amor reaviva nuestra memoria. De aquel a quien amamos mucho, nos acordamos a menudo, según dice el proverbio: «Los que se aman se acuerdan de todo” (Ovidio, Epístolas XV, 43). Por eso es por lo que nos grati­ficó con el Tetragrama, no para que lo llamáramos con este Nombre, que es inefable. En efecto, ¿qué respondió el Creador a Moisés, cuando éste le preguntó: cuál es tu Nombre? Dios le respondió: Es IHVH, es decir, mi nom­bre para la eternidad y (vav, en hebreo) éste será mi Nom­bre, recuerdo de generación en generación”. (De Arte Cabalística, p. 231).
Se podría leer: Mi nombre para la eternidad es vav, este será mi Nombre, recuerdo de generación en generación. Respecto a esta vav existe un comentario rabínico que la relaciona con otra vav del versículo (Éxodo III, 16): «Dios de Abraham, Dios de Isaac y (vav) Dios de Jacob». El comentario dice: «Vav es el Dios de Jacob, vav es el recuerdo de generación en generación». La vav, es decir, la huella de Dios en el hombre, es el recuerdo y de él proviene la posibilidad de la regeneración.
Los cabalistas cristianos del Renacimiento rememoraron un camino seguido desde siempre por los amantes de la Sabiduría; es la vía del recuerdo, ya que, como hemos visto, el recuerdo es el inicio del amor.


BIBLIOGRAFÍA
  Camillo, Giulio, La idea del teatro, edición de Lina Bolzoni, Siruela, Madrid, 2006.
  Cattiaux, Louis, El Mensaje Reencontrado, Herder, Barcelona, 2011.
  Ficino, Marsilio, De amore, Tecnos, Madrid, 1994.
  Foix, François de, Le Pimandre de Mercure Trismegiste, Burdeos, Millanges, 1579.
  Giorgio, Franciscus, L’Harmonie du monde, trad. G. Le Fèbre de la Boderie, París, J. Macé, 1578. Ed. facs.: Neuolly-Siena, Arma Artís, 1978.
  Hooghvorst, Emmanuel d’, El hilo de Penélope I, Arola, Tarragona, 1999.
  Reuchlin, Johannes, La Kabbale (De Arte Cabalística), ed. F. Secret, Aubier Montaigne, París, 1973.
  Ruon, H. Oeuvres de Synesius, Hachette, París, 1878.
  Sefer haZohar, ed. Yehuda Ashlag, Jerusalén, 1945-1958.
  Vasoli, Cesare, “L’ermetismo a Venezia. Da Francesco Giorgio Veneto ad Agostino Steuco” in Magia, Alchimia, Scienza dal ‘400 al ‘700. L’influsso di Ermete Trismegisto. (A cura di Carlos Gilly y Cis Van Heertum), Florencia, Centro Di, 2002, vol. I.

Yates, Francis, El arte de la memoria, Siruela, Madrid, 2005.

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