De El Arte de la Memoria de Lluïsa Vert
A este dominico nacido en 1548,
lulista convencido, sabio, mago convicto de herejía y viajero incansable, se le
conoció también como un experto en el arte de la memoria. Publicó varios libros
sobre el tema, considerándolo un arte mágico-hermético. De umbris idearum y
el Cantus circaeus son sus primeros escritos sobre la memoria mágica, a
los que siguieron Explicatio trigimta sigillorum, Lampas triginta statuarum
y Sigillus sigillorum. También compuso algunos tratados sobre magia
como De vinculis in genere y De magia, basado este último en De
occulta philosophia de Agrippa, del que fue un gran admirador.
En la Explicación de los treinta
sellos y en la Lámpara de las Treinta Estatuas, Giordano Bruno
utiliza un sistema mnemotécnico inspirado en las figuras de Ramon Llull,
considerando tales figuras como lugares de la memoria, que sustituyen la
arquitectura imaginaria de un edificio de la memoria.
Estos lugares corresponden a
las Dignidades o manifestaciones de la divinidad, imaginadas por Llull y
también a las diez sefirot hebreas que Bruno amplia a treinta.
Es curioso constatar que tanto
Giulio Camillo como Giordano Bruno se refieren a las sefirot hebreas como lugares
de la memoria, y no podría ser de otro modo ya que, como hemos visto, el
origen y el fin del arte de la memoria es la creación del Universo divino,
representado por las sefirot.
En la Lámpara de las Treinta
Estatuas, Giordano Bruno utiliza el número treinta para describir otras
tantas estatuas esculpidas en el interior de la memoria que representan
distintas causas primordiales que forman la divina creación. Respecto al
significado de una de ellas, Minerva, que según Bruno simboliza precisamente
la memoria, escribe: “Representa la mens, lo divino que en el hombre
refleja el divino universo. Ella es la memoria y la reminiscencia (…) por la
escala de Minerva nos elevamos de lo primero a lo último” (El arte de la
memoria, p. 338).
Aquí Bruno introduce un elemento
interesante pues relaciona la memoria con la mens o el intelecto divino
de Giulio Camillo y lo relaciona con la escalera que une lo más bajo con lo más
alto. Etimológicamente, Minerva procede de mens, ‘pensamiento’,
se trataría pues de una parte del Pensamiento divino que mueve el Alma del
Mundo y que se aloja en el hombre dándole la vida por un tiempo. En este
sentido, es un préstamo que Dios le confía cuando viene a este mundo. Respecto
a este préstamo, un hermetista del s. XIV, llamado François de Foix escribió lo
siguiente:
“Si usamos nuestros pensamientos
según nuestro deber, conoceremos que poseen tantas esencias divinas que su
llave, que es la voluntad, estará totalmente unida a Dios, como dice san Pablo (Romanos
VII) quien, por su hombre interior, se deleita de la ley de Dios y la sirve
según su pensamiento; al contrario, según la carne y sus concupiscencias, sirve
a la ley del pecado. De aquí proviene nuestra ruina, ya que nos son tan
familiares nuestros pensamientos mal empleados que, a menudo, pensamos que son
cualidades de nuestra propiedad, sin considerar que nuestro pensamiento es una
verdadera esencia divina, que nos es delegada para conducirla a la gloria,
alabanza, servicio y obediencia a Dios, a cambio de rendir cuentas y ser
juzgados por ello” (Le Pimandre de Mercure Trismegiste, pp. 27-28).
En lo escrito por F. de Foix reside
el problema del libre albedrío del hombre, o, dicho de otro modo ¿cómo debería
usar el ser humano del depósito divino a él confiado? La imaginación
mágicamente animada y el recuerdo despertado eran según Bruno: “la única
puerta de acceso y el vínculo de los vínculos” (De Magia, op.
lat. III, p. 453), aquello que permitiría unir el alma del hombre con su fuente
original. Para confirmarlo, en algunas de sus obras Bruno cita la defensa de la
imaginación llevada a cabo por Sinesius en el Tratado sobre los Sueños:
“La inteligencia encierra en sí las
imágenes de las cosas que son, el alma encierra las imágenes de las cosas que
nacen; la imaginación es como el espejo en el que se reflejan, para ser
percibidas por el animal, las imágenes que tienen su asiento en el alma… Es una
gran felicidad tener la intuición de Dios, pero conocer a Dios por medio de la
imaginación, he aquí la intuición por excelencia. La imaginación es el sentido
de los sentidos, pertenece a la vez al alma y al cuerpo”. (Oeuvres de Synesius,
p. 351).
Por medio de sus estatuas o sus
sellos talismánicos creados para influir en la imaginación y despertar la
memoria, Bruno pretendía provocar el proceso apuntado por Marsilio Ficino en su
obra De Amore:
“Así como el espejo, alcanzado de
algún modo por el rayo del sol, resplandece e inflama, por el reflejo de este
resplandor, a la lana colocada cerca de él, igualmente, la parte del alma
llamada oscura fantasía y memoria, como un espejo, es alcanzada por el
simulacro de la belleza que toma el lugar del propio sol, por un cierto rayo
que entra por los ojos resplandece e inflama, encendiéndose por ello la
facultad de apetecer”.(De Amore, p. 190).
Bruno, al igual que Camillo,
transformó el Arte de la memoria y convirtió una técnica racional y objetiva
para aumentar la memoria, basada en el uso de imágenes, en un arte mágico
religioso destinado a preparar la imaginación y despertar el recuerdo adámico
sepultado en cada hombre, la débil llama destinada a atraer el divino fuego,
tal y como está explicado en El Zohar, texto que tanto Bruno, ferviente
admirador de Pico, como Camillo conocían perfectamente:
“Mediante el despertar de lo de
abajo se produce el despertar de lo de arriba. Ya que nada se despierta arriba
si antes no ha sido excitado desde abajo. Y las bendiciones de arriba no se
encuentran sino allí donde hay algo, y no en lugares vacíos, donde no hay nada”
(Zohar, vol. I, fol. 88ª).
En la actualidad el olvido de la
humanidad es total, las hermosas estancias renacentistas adornadas con sus
maravillosos sistemas mnemotécnicos son sólo residuos del pasado. Sin embargo,
siempre habrá un lugar donde reavivar la memoria; se trata de los libros santos
y sabios, donde bajo imágenes y símbolos se halla descrita la vía del recuerdo
y de la regeneración del hombre. Respecto a ello está dicho en El Zohar:
“El hombre que olvida las palabras de la Torá y que no quiere dedicarse a ella,
es como aquel que ha olvidado al Santo-bendito-sea, ya que la Torá entera es el
nombre del Santo-bendito-sea”(Zohar, vol. III, fol. 136ª).
Quisiéramos, para finalizar,
aportar el testimonio de un cabalista cristiano de la época, llamado Johannes
Reuchlin (1455-1522), autor de De Verbo Mirifico y De Arte
Cabalística, en esta última obra trata de la importancia del recuerdo relacionado
con el nacimiento del amor, la magia poderosa que vincula al amante con su
amado:
“Su recuerdo atento nos lleva
recíprocamente al amor de Dios, y a su vez el amor reaviva nuestra memoria. De
aquel a quien amamos mucho, nos acordamos a menudo, según dice el proverbio:
«Los que se aman se acuerdan de todo” (Ovidio, Epístolas XV, 43). Por
eso es por lo que nos gratificó con el Tetragrama, no para que lo llamáramos
con este Nombre, que es inefable. En efecto, ¿qué respondió el Creador a
Moisés, cuando éste le preguntó: cuál es tu Nombre? Dios le respondió: Es IHVH,
es decir, mi nombre para la eternidad y (vav, en hebreo) éste será mi
Nombre, recuerdo de generación en generación”. (De Arte Cabalística, p.
231).
Se podría leer: Mi nombre para la
eternidad es vav, este será mi Nombre, recuerdo de generación en
generación. Respecto a esta vav existe un comentario rabínico que la
relaciona con otra vav del versículo (Éxodo III, 16): «Dios de
Abraham, Dios de Isaac y (vav) Dios de Jacob». El comentario dice: «Vav
es el Dios de Jacob, vav es el recuerdo de generación en
generación». La vav, es decir, la huella de Dios en el hombre, es el
recuerdo y de él proviene la posibilidad de la regeneración.
Los cabalistas cristianos del Renacimiento
rememoraron un camino seguido desde siempre por los amantes de la Sabiduría; es
la vía del recuerdo, ya que, como hemos visto, el recuerdo es el inicio del
amor.
BIBLIOGRAFÍA
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Lina Bolzoni, Siruela, Madrid, 2006.
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Barcelona, 2011.
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• Hooghvorst, Emmanuel d’, El hilo de Penélope I,
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• Reuchlin, Johannes, La Kabbale (De Arte
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