Por Lluïsa Vert
Gracias a un magnífico estudio
elaborado por Francés Yates se despertó en nuestros días el interés sobre un
arte olvidado que consistía precisamente en recordar. Se trata del Arte de la
memoria; unas palabras evocadoras que engloban un conjunto de sistemas
mnemotécnicos que desde muy antiguo han servido para ordenar la memoria. Su
origen se sitúa en la aparición de un tratado titulado Ad Herennium, que
un desconocido maestro compiló unos cien años antes de nuestra era.
Durante la Edad Media, los grandes
Padres de la Iglesia, como san Agustín o san Alberto Magno utilizaron este Arte
como un instrumento al servicio de la retórica. Su técnica consistía en
imprimir en la memoria una serie de loci o lugares imaginarios en los
que se depositaban las ideas a recordar, representadas por imágenes
mitológicas o emblemáticas. El orador, desplazándose mentalmente a través de
todos estos loci, iba extrayendo de ellos las imágenes que le servían
como inspiradoras de las ideas que quería expresar. De aquí a utilizarlo como
un sistema mágico destinado a despertar el recuerdo primordial enterrado en el
hombre, sólo había un paso que fue dado por los sabios renacentistas.
Sin embargo, antes que los
humanistas del Renacimiento, fue Ramon Llull quien unió las dos corrientes
clásicas del pensamiento: la platónica y la hebraica en su Arte
Combinatoria que se basaba en la meditación y combinación de las Dignidades
divinas. Al situar dichas Dignidades en los lugares representados dentro de los
círculos móviles de sus esquemas combinatorios, Llull fue el primero en
convertir el Arte de la Memoria en un medio de conocimiento metafísico, alejado
del sistema puramente retórico conocido hasta entonces y que sólo se utilizaba
para memorizar.
Durante el Renacimiento, el Arte de
la Memoria alcanzó un gran esplendor convirtiéndose entonces en un arte
hermético o mágico utilizado por los grandes sabios y artistas del
Renacimiento. Todavía hoy se pueden admirar en algunos palacios de la época,
hermosas habitaciones decoradas con alegorías mitológicas que responden a
sistemas mnemotécnicos.
Mediante el Arte de la memoria se
pretendía penetrar en los misterios mágicos y cabalísticos que preocupaban a
aquellos sabios, de modo que a partir de unas alegorías o emblemas hechos a
imagen del mundo celeste, se quería despertar la memoria profunda dormida en el
interior de cada ser humano, memoria de su auténtico origen y destino final.
Para la filosofía renacentista que bebió tanto de los escritos herméticos como
de la cábala hebraica el recuerdo tenía mucho que ver con el despertar del
hombre interior, el único destinado a la regeneración.
Intentaremos buscar el contenido hermético
del Arte de la Memoria a través de los ejemplos de dos grandes personajes
renacentistas que lo utilizaron Giulio Camillo y Giordano Bruno.
BIBLIOGRAFÍA
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Yates, Francis, El arte de la memoria, Siruela,
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