viernes, 13 de enero de 2012

El Círculo Símbolo de la Eternidad

El Conocimiento Tradicional -con sus diferentes matices- reconoce al Círculo como Símbolo de la Eternidad. Es importante comprender por qué. En la filosofía tradicional que es cíclica y no lineal, la Eternidad no es concebida como el Infinito, noción que sobrepasa la manifestación porque lo que no tiene fin no tiene, evidentemente, comienzo. Por esta razón, no podemos, en nuestras especulaciones, aplicar el término Infinito más allá del Macrocosmos en su conjunto. La Gran Eternidad aparece entonces como el Gran Ciclo de la Manifestación, abarcando toda la escala de los Ciclos subordinados y, en consecuencia, de las Eternidades relativas; con todos los Tiempos, igualmente relativos. De ésta forma ella comprende el Comienzo -primer impulso creador surgido del Absoluto O y yendo hasta el Fin, es decir, la Consumación general y absoluta, a lo largo de la escala del Macrocosmos y englobando todas las condiciones relativas. El Amor surgido del Absoluto 0, después de haber completado bajo la égida del Absoluto 1 y por medio de la persona del Absoluto 11, toda la manifestación hasta sus últimos límites, en todos sus sentidos y en todas sus especificidades, vuelve a su fuente -enriquecido por la experiencia adquirida de un extremo a otro de la escala, comprendido en ello el reino del Absoluto III- al estado primitivo no manifestado en el seno de lo Inexpresable. Ciertas enseñanzas consideran este fin como un Aniquilamiento General. He aquí una aberración debida a la estructura psíquica de nuestro intelecto, incapaz de concebir nociones fuera del tiempo y del espacio, aunque en las especulaciones científicas y con la ayuda de las nociones matemáticas se alcanza la conclusión generalmente admitida, de la relatividad de uno y del otro. Se trata allí de una abstracción que llevada hasta el límite supera la imaginación que pueden pretender los humanos con el único medio de acceso que representa su personalidad en el estado llamado “normal” que está, ya se sabe, en un estado de subdesarrollo. Lo que antecede trata de la Fuente misma de la Manifestación. Así mismo, en el grado siguiente, es decir, en el primer grado de la Manifestación comprendiendo el Gran Ciclo, dicho de otra forma, el Ciclo de la Gran Eternidad; el espíritu humano se detiene, falto de la amplitud requerida para abarcarlo en su conjunto y tener de él una imagen que le permita adquirir la comprensión.
Se produce el mismo fenómeno cuando se intenta imaginar la Vida, es decir, la Manifestación en sus diversas formas que van de lo sutil a lo grosero, de lo dinámico hacia lo inerte y viceversa. En efecto, no vivimos entre las cosas y los fenómenos tal como ellos son en sí mismos, sino entre las representaciones que nosotros mismos nos hacemos de ellos con nuestros restringidos medios psíquicos. Es así que el mundo fenomenal que nos es accesible, sólo constituye una parte del conjunto, cuyo resto se nos oculta debido a nuestra incapacidad total para imaginarlo. Sin embargo, la solución de las grandes cuestiones que tocan lo más profundo de cada uno de nosotros, tales como: ¿Existen valores permanentes en esta vida, y si existen, cómo discernirlos? ¿La fidelidad a un ideal que llega hasta el sacrificio supremo, es una marca de heroísmo o de lo absurdo? ¿Cuál es el verdadero sentido de la muerte?, etc., sólo puede hallarse a partir de las nociones y circunstancias del mundo invisible, que no es percibido por la conciencia de vigilia del hombre exterior, incluso del más dotado y más culto. “Allí, dice el obispo Teofano el Eremita, ni la erudición, ni la dignidad eclesiástica sirven de nada”. Sólo después del Segundo Umbral es que este mundo comienza a descubrirse progresivamente ante los ojos maravillados del Fiel, por medio del canal de sus centros superiores. A propósito de las funciones de estos centros ya hemos citado estas palabras de San Isaac de Siria:
El alma, tal
como el cuerpo, tiene dos ojos; pero mientras que los ojos del cuerpo
ven, el uno y el otro, las cosas de la misma forma, los del alma las ven
cada caso en forma distinta: uno contempla la Verdad en imagen y
símbolo, el otro la contempla cara n cara.
Los que conocen Cuarto Camino comprenderán que allí se trata, respectivamente, del Centro emotivo superior y del Centro intelectual superior. Hemos dicho antes que el Círculo está considerado desde tiempos inmemoriales como el Símbolo de la Eternidad y hemos demostrado en qué sentido es necesario comprender el término Eternidad. Ahora nos falta determinar, a fin de poder abordar en forma útil el estudio de esta noción en su conjunto, el sentido esotérico de la noción de Símbolo, y por extensión el de Simbolismo. Remontándose al origen del término se ve que por símbolo, ou ppo Lo y, los griegos entendían las palabras y los signos con los cuales se reconocía los iniciados en los misterios de Ceres, de Cibeles y de Mitra1. Es dentro de este espíritu que el cristianismo ha aplicado el término de Símbolo al Credo de los fieles en el cual se distinguen tres versiones: la del Símbolo de los Apóstoles (siglo II), la del Símbolo de Nicea (325), que establece la naturaleza consustancial del Padre y del Hijo, y aquél que en el 380, viene a completar este último por la definición de la naturaleza del Espíritu Santo.
A partir del siglo pasado la palabra símbolo tiende a tomar una significación cada vez más amplia y a perder en creciente medida su sentido primitivo, helénico o cristiano. En la literatura moderna, por ejemplo, el Simbolismo aparece como una reacción al arte totalmente representativo de los Parnasianos. El símbolo es concebido allí como la expresión de la relación íntima existente entre dos objetos, donde aquel que pertenece al mundo físico se considera que evoca al que pertenece al mundo moral y alcanza las zonas más profundas del alma humana. Es así que la poesía de los simbolistas se compara a la música, donde el ritmo y los sonidos sustentan sentimientos y emociones que escapan al análisis.
Sin embargo, está claro que en este concepto el símbolo es admitido como un signo creado por el hombre con el propósito de facilitar la comunicación de sus ideas, sus nociones, sus impresiones y sus mensajes, cosas todas, que sean cuales fueran su refinamiento, se sitúan en el plano humano. Esta concepción deja una libertad ilimitada en cuanto a la creación e interpretación de los símbolos individuales. Sobre todo, tal creación, es sólo el fruto de la Personalidad humana subdesarrollada y desequilibrada, y esta clase de símbolos, así como el simbolismo al que dan nacimiento, sólo tienen como consecuencia un simbolismo totalmente relativo. Su aceptación por círculos más o menos grandes de seres humanos pertenecientes todos a la misma civilización se debe a una cierta uniformidad en la deformación de sus Personalidades, uniformidad que es el reflejo de aquella que corresponde a la instrucción y la educación. De esta forma se llega a menudo al hecho, bajo el efecto hipnótico de la Moda, que esta deformación sea deseada -entre las naturalezas débiles que quieren pasar por fuertes- y que tienen su origen en el terror de ser “superados”, terror que toma el carácter de una obsesión y engendra una “vanguardismo” de todas las naturalezas, tanto en el arte como en otras zonas. Pero en el sentido esotérico, los Símbolos siempre son revelados y siendo preciso su sentido profundo, no pueden sufrir una interpretación libre ya que expresan en palabras humanas, en esquemas u obras de arte, verdades objetivas alcanzadas en un estado superior de conciencia. Un símbolo esotéricamente válido podrá ser entonces parcial o totalmente comprendido, según el nivel de conciencia de aquél que se esfuerza por penetrar su sentido. De todas formas, la medida más o menos grande en la que sea aprehendido no cambiará el sentido general que quedará del mismo, sea cual fuere el grado de comprensión y no se prestará a una interpretación libre. No podría ser de otra forma ya que, como acabamos de decir, los símbolos revelados dan acceso a un mundo situado más allá del simple subjetivismo pero que rige las ideas y las nociones objetivamente válidas de las cuales ellos son la expresión. En otros términos, estos símbolos son mensajes, cuya transmisión no se hace del hombre hacia el hombre como en el caso de las escuelas simbolistas de los siglos XIX y XX, sino del mundo superior al mundo de aquí abajo con la intención de contactar a aquellos que están en busca de la Verdad. Cada símbolo esotéricamente válido encierra entonces en sí mismo una suma desconocimientos reales -de Gnose- que toca ciertos aspectos, hechos o leyes del mundo noumenal que escapa a nuestros sentidos; que al mismo tiempo ofrece una llave que permite acceder a su sentido profundo, integral.
En la enseñanza esotérica el sentido práctico de los símbolos va aún más lejos porque permite al buscador, que por medio de esfuerzos conscientes desarrolla en él nuevas facultades, controlar el progreso que ha consumado en la comprensión cada vez más amplia de los hechos que incumben al mundo noumenal y del cual cada símbolo es el intérprete. Tal es el caso del Apocalipsis, revelado a San Juan en la isla de Patinos mientras estaba ”extasiado en espíritu”. Este símbolo aunque el Apóstol lo ha traducido en un lenguaje humano, sólo puede ser completamente captado por aquellos que han accedido al nivel de conciencia del centro emotivo superior, donde el mismo San Juan tuvo la revelación. La inteligencia humana, es decir, la de la Personalidad -incluso la más refinada- en su estado ordinario, no podría comprender el Apocalipsis; porque la inteligencia humana, abandonada a sus propios recursos y sin el socorro de una formación esotérica metódica, es detenida por el muro infranqueable de lo Desconocido: el lgnorabimus de Virchow.

II


Ya hemos destacado la capital importancia desde el punto de vista de la filosofía esotérica, sin hablar de las matemáticas, del descubrimiento del Cero. El sistema decimal moderno y todo lo que se deduce de él, habría sido impensable sin la revelación de este símbolo. Los sistemas numéricos de los Antiguos utilizaban, en el lugar y colocación de las cifras, las letras de su alfabeto. En relación a lo anterior, el sistema romano representaba un progreso enorme, tanto por su simplicidad como por su universalidad. Sin embargo, en todos estos sistemas se encuentra en lugar del Cero, un hueco, un vacío: la nada. Aunque ya hemos llamado la atención de nuestros lectores sobre el hecho contrario, es una Integral de los Números, un núcleo del que surgen dos series: una positiva y otra negativa, perfectamente equilibradas, ya que por una parte van hasta + y por la otra hasta – m. Así, la fórmula ya indicada (Ver imagen) representa de hecho desde el punto de vista esotérico, el símbolo y la Manifestación. En su forma cíclica, esta serie se presenta así:




Conviene recordar que los árabes, quienes han descubierto -o sobre
todo redescubierto- el Cero, han extraído de él todo su sistema de cifras, y
que la palabra cifra, que se encuentra en las lenguas europeas, no es más
que una deformación de la palabra árabe Sifr, que precisamente significa
Cero, porque es a partir del Cero que fue creado el sistema decimal árabe.
Reproducimos aquí el diseño geométrico del cual ha sido extraído el sistema de cifras árabes:
Fig2


Ahora se comprenderá mejor por qué en el conocimiento tradicional de
todos los tiempos y de todo matiz, el Círculo simboliza la Eternidad.
Revelada como tal, evoca entonces toda la Manifestación, del Alfa al
Omega, desde el Comienzo al Fin, es decir a la Consumación.
Pero lo simbólico del Círculo desnudo no se detiene allí. Indica el hecho
pero no explica cómo la Manifestación, con todos los sistemas de los
Cosmos, ha sido concebida y realizada. Este será el tema de los capítulos
siguientes. Sin embargo, llamamos ahora la atención del lector sobre el
hecho de que el sistema de las cifras ha dado acceso al álgebra (AL Djebr),
ciencia del cálculo de las magnitudes representadas por nociones abstractas.
Esto permitió al espíritu humano hacer un progreso decisivo, de innumerables consecuencias, gracias al cual pudo pasar armoniosamente de las nociones geométricas, fijas y estables por naturaleza, al dinamismo de los cálculos superiores.
III
La revelación del Círculo como símbolo de la Eternidad se remonta, decimos, a tiempos inmemoriales. Sin embargo, han hecho falta milenios para que el espíritu humano, abandonado a su inmovilismo, se haya vuelto capaz de captar una nueva revelación que le hizo reconocer en el Círculo el símbolo del Cero, del cual extrae a continuación un sistema de números que abarca el Todo.
Es verdad que antes de que los árabes descubriesen el Cero, los antiguos iniciados sabían que el Círculo comprendía en él todo un sistema de símbolos secundarios de donde habían surgido, por otra parte, los alfabetos sagrados. De todas formas, sin aplicar a este sistema aquel de las cifras decimales, el Círculo permanecía como una figura fija que daría la imagen estática del Cosmos pero no reflejaría la pulsación de la vida, la cual es un movimiento perpetuo. Para hacer aparecer esta pulsación es necesario pasar de las concepciones “geométrica” estáticas a las concepciones “algebraicas” dinámicas.
El esquema anterior (Figura 2ª circulo con rombo) no podría representar mejor ese gran progreso del espíritu humano: es precisamente al hacer recorrer allí su pluma -y comunicándole al cero un movimiento- que el árabe alcanzó a edificar su sistema de números y cifras a partir del Cero. Desde entonces le fue posible, sin abandonar el pensamiento por representaciones que igualmente es propio a los animales, cultivar mucho más aquél que se apoya sobre las nociones y que es patrimonio exclusivo de los hombres. Y es así que éste pudo con el tiempo, perfeccionar cada vez más sus medios de investigación y pasar progresivamente en sus especulaciones de lo concreto a lo abstracto; dicho de otra manera, esforzarse por alcanzar las fuentes del mundo fenomenal remontando de grado en grado, la escala de las asociaciones de los efectos a las causas.
Desde entonces, el progreso potencial del pensamiento humano no cesa de manifestarse. Se sabe cuánto fue enriquecida la geometría euclidiana por la aplicación del álgebra. Se abrieron nuevos horizontes: se llega a la trigonometría plana y esférica, después a la geometría analítica con Descartes, al análisis de los infinitesimales con Leibnitz, a la geometría no euclidiana con Lobatchevsky, finalmente a todas las ciencias matemáticas puras y aplicadas que, en conjunto, componen hoy el prodigioso arsenal científico moderno.
La división tradicional de la circunferencia en 360 permanece irrefutada hasta el siglo XX, en el curso del cual bajo la influencia del sistema métrico se avanza en la idea de no dividir más el ángulo recto en 90 sino en 100 grados. Esta idea fue seriamente debatida pero casi abandonada en razón de la imposibilidad material de reemplazar de un solo golpe en el mundo entero los limbos de los instrumentos de precisión de la graduación entonces en uso, imposibilidad que inevitablemente hubiese tenido como consecuencia una coexistencia de los dos sistemas y a partir de este argumento, los defensores de la graduación clásica no aportaron en los debates, que en cierto momento fueron muy animados, ninguna razón de peso y a fondo en favor de los 360 grados. Una de ellas y que fue muy tenida en cuenta era que el número 400 para la circunferencia entera era menos cómodo que el de 360 porque sólo se divide por 2,4 y 5, mientras que 360 es igualmente divisible por 3. En efecto, si se toma la serie de divisiones que van del 1 al 10, se obtiene:
para 400: 1,2,4,5,8, 10.
ypara360: 1,2,3,4,5,6,8,9, 10.
En el primer caso faltan entonces cuatro divisores: 3,6,7 y 9; mientras que en el segundo caso sólo falta uno: 7. Es así que la idea de 400 grados fue dejada de lado, y pareciera que de mala gana porque, actualmente, todavía se evalúa, por ejemplo, a las pendientes en porcentajes más que en grados. Sin embargo, la razón y el sentido de la división de la circunferencia en 360 grados van más lejos que los argumentos anteriores que son, por así decir, modernos. De esta manera sólo se retiene el aspecto práctico de los números puestos en competencia sin tener en cuenta el sentido filosófico y menos aún el esotérico, de la división de la circunferencia en 360 grados. Ahora bien, esta división, le hemos dicho, fue realizada mucho antes del descubrimiento del cero, mucho antes de Euclides, probablemente -más adelante se verá por qué- por los sacerdotes del antiguo Egipto. Se sabe que la conciencia geométrica es innata en el hombre. Formando parte de la subconsciencia, ella es crepuscular, dicho de otra forma, instintiva. Así mismo, existe también en los animales e incluso, guardando toda proporción, en las plantas. Entre los numerosos ejemplos que podrían citarse desde este punto de vista, mencionaremos especialmente el de los castores que talan los árboles jóvenes a fin de consolidar los embalses que establecen en los cursos de agua donde edifican verdaderos poblados construidos de chozas de mampostería con tierra apisonada, desviando las aguas por medio de una serie de canales; el de las abejas, cuyas colmenas tienen una construcción geométrica en hexágonos, y el de las hormigas, cuyas viviendas en forma de conos regulares alcanzas a veces más de dos metros de altura. Y estos no son más que algunos ejemplos entre miles de otros que testimonian la existencia de la conciencia geométrica en animales de toda especie. En lo que concierne a las plantas, su instinto de equilibrio geométrico se hace evidente cuando se reflexiona en ello; y no olvidemos que el hombre primitivo sabía construir chozas mejor que los castores: ignorante y analfabeto, aprendió sin embargo a construir casas que no se derrumbaban. La residencia de esta conciencia geométrica es común -en diverso grados- a todas las especies que comprende la vida orgánica sobre la Tierra. No se encuentra en el centro intelectual inferior ya que éste no existe entre los animales, con mucha más razón en las plantas, sino en los sectores intelectuales del centro motor, lo que es propio a todos los seres vivientes a partir de las células. En la medida del desarrollo progresivo del intelecto en el homo sapiens recens, la conciencia geométrica instintiva y crepuscular ha ascendido parcialmente hacia los sectores motores del centro intelectual donde participa -únicamente por medio de una parte de su esencia, repitámoslo en la conciencia de vigilia. Es así que el hombre Se sabe que la conciencia geométrica es innata en el hombre. Formando
parte de la subconsciencia, ella es crepuscular, dicho de otra forma, instintiva. Así mismo, existe también en los animales e incluso, guardando toda proporción, en las plantas. Entre los numerosos ejemplos que podrían citarse desde este punto de vista, mencionaremos especialmente el de los castores que talan los árboles jóvenes a fin de consolidar los embalses que establecen en los cursos de agua donde edifican verdaderos poblados construidos de chozas de mampostería con tierra apisonada, desviando las aguas por medio de una serie de canales; el de las abejas, cuyas colmenas tienen una construcción geométrica en hexágonos, y el de las hormigas, cuyas viviendas en forma de conos regulares alcanzas a veces más de dos metros de altura. Y estos no son más que algunos ejemplos entre miles de otros que testimonian la existencia de la conciencia geométrica en animales de toda especie. En lo que concierne a las plantas, su instinto de equilibrio geométrico se hace evidente cuando se reflexiona en ello; y no olvidemos que el hombre primitivo sabía construir chozas mejor que los castores: ignorante y analfabeto, aprendió sin embargo a construir casas que no se derrumbaban. La residencia de esta conciencia geométrica es común -en diversos grados- a todas las especies que comprende la vida orgánica sobre la Tierra. No se encuentra en el centro intelectual inferior ya que éste no existe entre los animales, con mucha más razón en las plantas, sino en los sectores intelectuales del centro motor, lo que es propio a todos los seres vivientes a partir de las células. En la medida del desarrollo progresivo del intelecto en el horno sapiens recens, la conciencia geométrica instintiva y crepuscular ha ascendido parcialmente hacia los sectores motores del centro intelectual donde participa, únicamente por medio de una parte de su esencia, repitámoslo en la conciencia de vigilia. Es así que el hombre ha podido servirse de ella progresivamente según su buen grado y que esta facultad geométrica intelectualizada preside sus actividades desde la edad de piedra. Cultivada, permite más tarde el extraordinario desarrollo de la arquitectura y las artes plásticas y representativas, manifestándose en el arte de la guerra por medio de la táctica del frente oblicuo inaugurada por Epaminondas, retomada por Filipo y después perfeccionada y desarrollada por Alejandro el Grande. Se sabe que además del Círculo, la primera de las figuras geométricas de base es el triángulo, especialmente el triángulo equilátero. En el simbolismo esotérico esta figura juega un rol de primer plano: en efecto, es el símbolo del principio del Ser (verbo) y del Ser (estado, existencia, cualidad de lo que es, el verbo Etre en francés, en forma sucinta, significa ser estar en castellano; por ello la aclaración del autor. Respecto al significado de Etre como estar, el diccionario Larousse ofrece la siguiente definición: … “Estar para indicar una situación en el espacio y en el tiempo o un estado no constante) y marca los límites -alto y bajo- del esoterismo. Signo atribuido a los discípulos de las Didescalías esotéricas, aparece en la cima de la escala de los valores esotéricos bajo la forma del Delta, y todavía es completado en su medio con un ojo radiante “que ve todo”, el símbolo de la Santísima Trinidad surgida de lo no-manifestado, limitado por Su Manifestación.
Inscripto en el círculo, el triángulo equilátero divide la circunferencia en tres partes de 120 grados cada una. Siendo las únicas figuras, entre todos los polígonos equiláteros inscriptos, que no se prestan al trazado, en el interior de sus líneas, de otras figuras geométricas cerradas. Esto es para retener. El Círculo, con el Triángulo y el Cuadrado inscriptos, forman un símbolo de gran importancia esotérica y múltiples significados, siendo el primero el siguiente:
CIRCULO – EL ESPIRITU – (Pneuma)
TRIÁNGULO – EL ALMA – (Psyche)
CUADRADO – ELCUERPO – (HY le)
He aquí cómo este esquema se presenta en la enseñanza cristiana
esotérica:


martes, 28 de diciembre de 2010

El Arquetipo de la Atlántida

Por Hyranio Garbho

Mucho antes que Platón Homero fue el primer griego que escribió sobre la Atlántida. En un apretado pasaje de la Odisea el insigne poeta refiere la existencia de una isla, en medio del océano, donde habita una diosa , hija del ingenioso Atlas, conocedor de la profundidad de los mares y custodio de las columnas que sostienen el Cielo . En esta Isla yacía cautivo el mítico Ulises, héroe de la épica que nos narra Homero. La Isla llamábase Ogigia  y hallábase a veinte días , de viaje por mar, al occidente de otra misteriosa isla atlántica, nombrada en la Odisea como Esqueria .  Y es que el mito de la Isla atlántica dominaba ya, en tiempos de Homero, el imaginario colectivo del pueblo griego.  Platón, a este respecto, sólo tuvo el mérito de mostrarlo en su forma exotérica.  Pero el patrimonio de la leyenda, o su memoria (sus recuerdos), hallábase anclada en el alma de los griegos –incluso mucho antes que la existencia del propio Homero. 

Cuatro siglos después de Platón Plutarco, el célebre historiador griego, identificó Ogigia con un Isla, en medio del océano Atlántico, a 180 kilómetros  de distancia de un continente cuyas costas bordeaban todo el océano conocido .  "El gran continente –escribe Plutarco¬– por el cual el gran mar está rodeado por todos lados... se encuentra a menor distancia de las otras islas, pero a unos cinco mil estadios de Ogigia, si navegamos en una galera a remos" .  La descripción que Plutarco hace de este isla (Ogigia) coincide casi a la perfección con lo referido por Platón, sobre la Atlántida, en el Timeo .  Lo que en sí constituye ya un misterio.  En este célebre diálogo Platón escribe:

"Entonces aquel mar se podía atravesar, pues tenía una isla delante de la desembocadura que vosotros llamáis, según decís, columnas de Heracles.  La Isla era mayor que Libia y Asia juntas, y desde ella era posible para los que viajaban en ese tiempo acceder a las otras islas.  Desde ellas se podía pasar a todo el continente que está justo enfrente y rodeaba aquel verdadero océano" .

Platón y Plutarco escriben sobre una isla en medio del Océano.  Primera coincidencia.  Irrelevante es, por ahora, que Platón la llame Atlántida y Plutarco Ogigia.  En uno y otro caso se trata de una isla gigantesca .  Es ésta una segunda coincidencia. Entre la isla Atlántida (u Ogigia) y el continente cuyas costas abrazan todo el gran océano hay una serie de islas menores que operan como puentes o pasadizos desde un lugar al otro (Platón dice: desde ella –la Atlántida– es posible acceder a las otras islas, y desde éstas al continente que bordea el verdadero océano.  Y Plutarco agrega: el gran continente se encuentra a menos distancia de las otras islas que de Ogigia).  Es ésta, la tercera coincidencia, una de las más relevantes.  Y por último –no menos importante e intrigante– Platón y Plutarco refieren en sus coordenadas para situar la ubicación de la isla la existencia de un gran continente, uno tan grande que sus costas rodean todo el océano verdadero.

Sobre este punto, no debiese extrañarnos que tanto Platón como Plutarco escribieran sobre un continente cuyas costas bordean la inmensidad del océano Atlántico.  Pues ese continente existe y se llama América.  Lo que sí debiera asombrarnos es que Platón y Plutarco lo conocieran o que hayan escrito sobre él.   Un continente al otro lado del Atlántico cuyas costas rodean todo el océano ¿Podría Platón (o Plutarco) estar escribiendo sobre otra cosa que no fuera el continente americano?  En nuestra opinión, muy difícilmente.  Sobre todo en el caso de Platón, cuyas referencias sobre este particular, en el Timeo, son mucho más precisas. Si Platón supo de él con precisión y la veracidad de su relato está probada en ese punto ¿por qué no podría ser igualmente verídica la otra parte de la historia narrada por él, donde se refieren una serie de islas, justo enfrente de los Pilares de Hércules (estrecho de Gibraltar), algunas de las cuáles son gigantescas (como la propia Atlántida, por ejemplo), tan grandes que ameritan el nombre de continente, y que vuelven navegable ese venturoso océano que es el atlántico?  Este es un punto extraordinariamente interesante sobre el que no se ha reparado debidamente.  Los relatos de Platón y de Plutarco no sólo versan sobre la Atlántida (u Ogigia), sino también sobre un misterioso continente más al occidente cuyas costas bordean todo el atlántico.  Si los relatos de Platón y de Plutarco son ciertos en lo que respecta a esto último no se ve cómo podrían ser falsos en relación con lo primero.  Sobre todo, si se tiene en cuenta que en los siglos en que ambos escribieron no hay modo de imponerse sobre la existencia del continente americano. A menos que se disponga de un tipo de información que no esté al alcance de cualquiera.  Y esto, ya de por sí, constituye otro misterio.

Una de las cuestiones más intrigantes relativas al relato platónico sobre la Atlántida entronca de plano con un hecho hasta ahora no advertido debidamente.  Trátase éste de la naturaleza y envergadura del autor del relato: Platón.  La mayoría de los investigadores (por no decir todos) pasan por alto el hecho que Platón haya sido un iniciado ; en circunstancias que esto es de una importancia radical y definitiva.   No sólo porque se trata de un sujeto poseedor de una información especial, un secreto o misterio de iniciación, sino porque, además, no hay costumbres que dichos misterios se revelen al vulgo.  De tal manera que, cuando son transmitidos en un modo que implica –o pueda implicar– eventualmente a los no iniciados, éstos se tergiversan deliberadamente, o se comunican en la forma del arquetipo.   Eduard Schuré, el célebre documentalista de los Grandes Iniciados, escribió a este respecto:

"...Platón no podía enseñar públicamente las cosas que... (se) recubrían con un triple velo...  Es la doctrina esotérica misma lo que aparece en sus Diálogos, pero disimulada, mitigada, cargada con una dialéctica razonadora como un peso extraño; disfrazada ella misma como leyenda, mito o parábola" .

El mismo Platón había escrito sobre este tópico en la Carta VII.  Allí sugiere que su enseñanza auténticamente esotérica no estaba puesta por escrito en sus Diálogos, y que lo verdaderamente importante sólo podía ser confiado a las personas adecuadas, que en el pensamiento de Platón calzaban a la perfección con los iniciados .

Ahora bien, la iniciación de Platón en los misterios órficos es determinante en el debate sobre la Atlántida por dos importantísimas razones.  Primero, porque todas las ideas relevantes que comunica en sus escritos yacen inscritas en el registro de los misterios en que ha sido iniciado.  Y la Atlántida no escapa a esta regla.  Sobre todo, si se considera que su leyenda nos viene comunicada en el Timeo, que es uno de los diálogos más religiosos de Platón .  Y segundo, porque la iniciación de Platón le obliga a escribir sobre la Atlántida en la forma de una leyenda, cuyos "hechos"  determinantes, para el investigador moderno, no tienen relevancia en la perspectiva iniciática y se privilegia únicamente lo que es esencial en el registro del misterio que se busca transmitir.  En otras palabras, que la Atlántida de Platón no es un "hecho" material, objetivo, ordinario. No es un "hecho", en la significación que cobra esta palabra hoy.  Platón es un iniciado.  Escribe y piensa como iniciado.  Por lo tanto, menudo ridículo haríamos si intentáramos comprenderle como hombres ordinarios, y empezáramos a pesquisar su Atlántida, partiendo de los detalles que pueblan su relato –y que no hacen otra cosa, que enturbiar el entendimiento, y volver la mirada hacia lo que no es la Atlántida (la Atlántida histórica y la Atlántida mítica). 

¿Qué es la Atlántida, por tanto, para Platón? O mejor aún ¿Qué es la Atlántida para un auténtico iniciado? La Atlántida es, en esta perspectiva –digámoslo sumariamente–, un arquetipo.  Ello no quita que sea una realidad, esto es, un hecho histórico.  Pero no es eso lo determinante aquí, ni lo relevante para Platón –ni para Plutarco, ni para el imaginario colectivo griego que se trasunta en la obra de Homero.  Ni tampoco, para ninguno de los que volverán a escribir sobre la Atlántida siglos más tarde, antes del advenimiento de la edad de las "luces".  Lo verdaderamente importante aquí es el arquetipo de la Atlántida.  A éste, y no a otro asunto, dedicaremos las líneas siguientes.

Ignatius Donnelly sintetizó los hechos sobre la Atlántida en poco más de diez puntos.  Aunque no determinan lo que es la Atlántida desde una perspectiva arquetípica, nos sirven como referencia, o como punto de partida para explicar lo que queremos decir cuando definimos la Atlántida como un arquetipo.  Recogemos aquí, para ello, nueve de estos puntos, por ser todos ellos particularmente interesante en relación con lo que buscamos mostrar.  Estos puntos son sintéticamente los que siguen: 

1. Existió antaño una isla frente a la desembocadura del mediterráneo, en el océano Atlántico, que los antiguos llamaron Atlántida. 

2. El relato de Platón, sobre la misma, no una es fábula, sino una historia real. 

3. La primera gran civilización humana fue la Atlántida.

4. Los atlántidos llevaron la civilización a las costas de América, Europa, África y Asia, lo que hizo posible que allí existieran también poblaciones humanas civilizadas.

5. La Atlántida, por esto, fue recordada como el paraíso terrenal, nombrado éste de diversos modos por los distintos pueblos.

6. Los dioses y las diosas de los diferentes pueblos no son otra cosa que los reyes y las reinas, los héroes y sacerdotes de la antigua Atlántida.

7. La religión original de la Atlántida tuvo que haber sido una religión de la adoración al Sol.  Por esta razón hallamos, en los diversos pueblos del pasado, divinidades solares por doquier.

8. La Atlántida sucumbió a una terrible catástrofe de la naturaleza, hundiéndose en el océano con todos o la mayoría de sus habitantes.

9. Quienes escaparon llevaron las noticias del hundimiento a las diversas naciones de la tierra, dando origen con ello a su leyenda o a las historias sobre diluvios e inundaciones.

Partiendo de estos nueve puntos sintetizados por Donnelly podemos establecer, con relativa seguridad, el contenido del arquetipo que llamamos Atlántida.  Este se resume en tres puntos esenciales.  Primero: existió una isla en el atlántico, cuna de la civilización occidental, que sucumbió a una catástrofe de la naturaleza, dejando sólo ecos de su existencia en las diversas noticias (transformadas luego en leyendas) sobre su desaparición o colapso, transmitidas por los sobrevivientes de la catástrofe.  Segundo: tal fue el grado de desarrollo y civilización de los habitantes de esta isla que muy probablemente llevaron su cultura a las costas de Mesoamérica, al norte de África y el mediterráneo europeo, llegando incluso hasta el valle del Ganges, en la India, y probablemente más allá todavía.  Tercero: sucumbida la isla por la catástrofe, desaparecida su civilización, la humanidad entró en un franco proceso de decadencia y oscuridad, llegando los hombres a refugiarse (a habitar) en cavernas, y a fabricar sus utensilios de supervivencia con piedra y madera, hasta que, con el tiempo, volvieron a trabajar los metales, y a emprender de nuevo el rumbo hacia la civilización, inspirados, como pudieron estarlo, por las reminiscencias de ese pasado esplendoroso, conservado muy probablemente en escuelas de tradición, y transmitidos por medio de procedimientos muy similares a la iniciación en los misterios.  Éste es, en síntesis, el arquetipo de la Atlántida.   Desentrañemos, ahora, línea por línea, cada uno de estos tres puntos desplegados más arriba, y revisemos con criterios de realidad, pero también atendiendo a su sustancia arquetípica, las condiciones de posibilidad histórica de cada uno de éstos. 

Antes de avanzar hacia este análisis cabe destacar lo que sigue.  Hasta el presente inmediato no se había prestado atención a las leyendas y los mitos como fuente de información histórica.  Se las tenía por meras fabulaciones de mentes primitivas.  En el último tiempo, el criterio según el cual los mitos y las leyendas pueden ser perfectamente relatos originados en hechos históricos, aunque narrados de un modo particular, ha venido ganando terreno en el campo del escepticismo de la ciencia.  Y, por ello, cada vez son más los investigadores que se sirven de éstos para anclar parte de sus trabajos o hipótesis.  Éste será también nuestro punto de partida.  La convicción de que, en su origen, los mitos y leyendas arrancan de sucesos reales, y que, por tanto, ya no puede seguírsele considerando fuentes de información de segunda mano.  E incluso más: una leyenda ampliamente extendida por casi todo el planeta, para nosotros, puede tener todavía más valor científico que una pieza fósil cualquiera, aislada y muda respecto del contexto de su hallazgo.   Por ello la mitología y leyenda será nuestro punto de partida; y probablemente también nuestro punto de anclaje.

Independientemente del relato de Platón sobre la Atlántida, muchas son las noticias que llegan hasta nosotros sobre la existencia de una Isla enclavada en el atlántico.  Algunas de ellas son tan antiguas que superan fácilmente en los mil años el relato de Platón.  Éstas islas fueron llamadas de muy diversos modos. Plutarco, siguiendo a Homero, la llamó Ogigia –sobre esto ya escribimos al principio.  Los celtas la llamaron Ávalon, nombre cuyo significado aun queda revestido bajo el velo del misterio.  Los griegos la llamaron Leuké y los hindúes Çveta Dvipa.  Piteas de Masilia escribió sobre una Isla llamada Thule ubicada a seis días de viaje en vela desde las costas de Bretaña, y a un día de distancia desde el mar Cronio (mare Cronide). Y aunque no ha sido propiamente tal identificada como una Isla también la Hyperbórea de Píndaro califica como arquetipo de la isla atlántica, sobre todo por hallarse ella en el más extremo septentrión, en un lugar al que ni por mar, ni por tierra, es posible acceder.  En el medievo el imaginario colectivo ario identificó la isla atlántica con la Isla de Brasil, o Isla de San Brendán.  Como tal la isla fue descrita en términos muy similares a las islas afortunadas, o islas de los bienaventurados, las que, como se sabe, hallábanse también en el medio del océano atlántico, frente a la desembocadura de los pilares de Hércules, en el estrecho de Gibraltar.  También evoca la isla de Brasil o Isla de San Brendán al jardín de las Hespérides, el que según Estesícoro y Estrabón se hallaba en Tartessos, supuesta antigua colonia atlántida en la península ibérica.

Hay más de un común denominador en todas estas islas.  Todas ellas fueron, a su modo, concebidas como "islas blancas".  De hecho el nombre de Ávalon viene de Albionia, antigua denominación con la fue conocida la Isla de Bretaña.   Los griegos hablan en sus mitos de “Leuké”, la Isla Blanca, (de “Leukós”, que en griego quiere decir “blanco”).  Diodoro de Sicilia habla de Hyperbórea y la llama la “Isla Blanca” (Leuké). Según este autor la Isla se hallaría en el Océano más allá de los Pilares de Hércules, enfrente de la Patria de los Celtas.  Los hindúes hablan de Çveta Dvipa, la Isla Blanca, o Isla Resplandeciente, residencia del dios Vishnu, ubicada también en algún lugar del atlántico, en los confines del mundo.  Ávalon, Leuké, Hyperbórea y Çveta Dvipa son "islas blancas", islas de la transfiguración espiritual, lo mismo que las islas afortunadas o islas de los bienaventurados, que guardan con el mito de la isla de Brasil un analogía sorprendente y sincronística.   En todas estas islas blancas la correspondencia con la Atlántida es explícita.  Razón suficiente para moverse a pensar que todos estos relatos refieren la historia de una única y misma isla.

Otro denominador común del arquetipo atlántido es la sacralidad de la isla. En todos los casos se trata de un lugar de redención o transfiguración espiritual, cuyo peregrinaje cobraría la forma de un periplo de arriesgadas aventuras surcando los mares del océano.  En este sentido, la supremacía civilizatoria de la Atlántida de Platón podría muy bien interpretarse como la posesión u ostentación de un tesoro espiritual, al que sólo se llega por la vía de la iniciación y la superación de las pruebas del espíritu.  Hyperbórea era la residencia de Apolo, lo mismo que Çveta Dvipa era la tierra originaria de Vishnu.  Existen correspondencias y analogías extraordinarias entre Apolo y Vishnu . Desde una perspectiva arquetípica la identificación entre Çveta Dvipa e Hyperbórea está ampliamente justificada, pues el rol arquetípico que juega Apolo entre los griegos guarda sincronicidad con el papel que desempeña, entre los hindúes, Vishnu.  También el Jardín de las Hespérides, otra variedad del arquetipo atlántico, guarda relación con este denominador común.  En el Jardín se halla un frondoso árbol (¿Un Ygdrassil? ¿Un Irminsul?) cuyos frutos, unas manzanas de oro, prometen la plenitud y la inmortalidad.  Cabe destacar al respecto que, según otra etimología, el esotérico nombre de Ávalon vendría a ser lugar o isla de las manzanas, toda vez que, en el antiguo bretón, la palabra para decir manzanas es "aval".  El color de las manzanas nos da ya una pista para entender que se trata de un arquetipo espiritual, pues el color "dorado" ha sido tradicionalmente usado para referir este tipo de arquetipos. 

Siguiendo a Piteas de Massalia, el historiador griego Estrabón escribió sobre Thule en los mismos términos de este arquetipo espiritual.  Según él Thule se hallaba a seis días por mar de Bretaña en las proximidades del mar congelado (en esto sigue el relato de Piteas).  El Mar congelado es el Mare Cronide, lugar en el que, según Plutarco y Plinio, yace dormido Cronos.  En la mitología griega ésta es la tierra a la que es llevado Cronos encadenado tras ser derrotado por Zeus, su hijo. Este es otro paralelismo simbólico interesante, en esta línea de investigación que llevamos a cabo, pues Cronos representa al Tiempo (de hecho Xronos, en griego, significa Tiempo).  En esta isla atlántica Cronos yace dormido o encadenado.  El simbolismo de esto es evidente.  Se trata de una isla en la que el tiempo no transcurre (Eternidad), o marcha en una dirección contraria (Involución), la dirección del retorno a la Edad dorada, la Edad de los Héroes y los Dioses. 

Entre esta segunda versión de la leyenda y la primera existe todavía otra analogía interesante.  En el primer relato la isla se halla más allá de los Pilares de Hércules, frente a la desembocadura del estrecho de Gibraltar.  En la segunda versión la isla atlántida, llamada ahora Thule, se halla más allá del Mare Cronide, el mar de las aguas congeladas.  Tanto los mares allende los Pilares de Hércules, como el Mare Cronide constituyen un arquetipo de lo insondable, un símbolo de los peligros que depara el viaje hacia el sí mismo.  También el bosque es un arquetipo de los peligros de lo insondable, la región o tierra que se precisa atravesar para llegar al self de uno mismo.  En términos simbólicos el bosque, el mar, los hielos eternos representan las pruebas del alma, los desafíos que el héroe debe superar para conquistar la inmortalidad.  La fantasmagórica isla atlántica, en cualquiera de sus diversos nombres, simboliza la inmortalidad a la que sólo se puede acceder tras cruzar un bosque de vegetación frondosa o un mar de aguas insondables, o los mares congelados de los hielos eternos.  En todas estas versiones de la leyenda la isla se halla en los confines de la tierra, símbolo esto último también de lo inalcanzable, a la que ni por tierra, ni por mar, puede llegarse.

Una última correspondencia analógica vincula a la isla atlántica con “airyanem vâejô”, la residencia originaria de la estirpe aria.  El símbolo peremnis de los arios ha sido siempre la swástika, forma hindú estilizada de la cruz gamada o fyrfos rúnico de los armanen.   De hecho Vishnú, dios que reside, según la mitología de los hindúes en Çveta Dvipa, tiene como símbolo representativo la swástika.  Se ha establecido que este símbolo presta su estructura básica a todo el simbolismo ario, influyendo desde ese universo cultural a todas las formas de cultura que, en alguna medida u otra, han tenido algún grado de contacto o relación con los arios.   La forma primitiva del símbolo prescribe una línea recta horizontal atravesada por una línea recta vertical en la forma de una cruz con todos sus brazos equidistantes y encerrada en un círculo. El círculo simboliza el no–tiempo, la eternidad, o una concepción del tiempo desde la perspectiva del retorno o la involución.  La línea vertical representaría el principio masculino de lo manifestado, la horizontal, el lado femenino. Es, en suma, el Elella de Serrano, o el Notheh de los arkhanen Sippe. El símbolo, en su completud, representa la idea aria de lo perfecto, la iniciación aria en a–mor o matrimonio mágico que une el cielo a la tierra, en el devenir del tiempo o la eternidad (incluso, en su sentido levógiro, a lo que va contra el tiempo, y por tanto, contra la corrupción necesaria de todas las cosas en el tiempo), ideal que en su desarrollo trascendente irá cobrando otras formas análogas de representación.


         

Símbolo Primordial Común a todas las culturas   
Swástika original derivada del símbolo primordial y cultivada entre los hindúes   
Símbolo original del kultrún mapuche… el parecido con el símbolo primordial es evidente


Más allá de todas estas consideraciones el mito en sí redunda en una estructura básica de la que podemos desprender su función como arquetipo.  En todas éstas la isla atlántida aparece ora como una Tierra mágica de clima templado, con una abundante y generosa vegetación, ora liberada del tiempo, ubicada en algún confín en el atlántico al que sólo se puede llegar sorteando peligros indecibles; ora como una civilización que habría participado de una forma de conocimiento trascendente, y en la que sus habitantes habrían sido seres venidos de otras estrellas.  Todos estos aspectos de la leyenda nos hablan inequívocamente de un símbolo–arquetipo, de una estructura de la realidad trascendente, cuya comprensión se hace, quizá, más nítida si se pone en relación este mito con las distintas formas de correspondencia de las que ya hemos hablado, y se le estudia críticamente a partir de estas innegables analogías.

No quisiera cerrar este capítulo sobre la Atlántida como arquetipo sin referir antes un asunto de suma importancia.  Trátase propiamente tal del nombre de la Atlántida, el cual parece estarnos diciendo algo que no hemos advertido debidamente, y que se enlaza de plano con nuestra hipótesis de la Atlántida como un arquetipo ario.  "Atlántida" no es un nombre, sino una expresión, un modo de expresarse.  La primera que acaso tuvieron los primeros descendientes de los sobrevivientes del colapso de la isla atlántica.  La isla pudo muy bien haber sido llamada por su nombre, incluso después de desaparecida.  Pero también pudieron los antiguos llamarla con nostalgia la "patria antigua", la "tierra de antaño" hoy desaparecida. En la familia de las lenguas germánicas eso se diría "Alt Land", la "Tierra Vieja" o "Tierra Antigua".  De donde me permito afirmar que ésta es la auténtica etimología de la palabra Atlántida.  Platón dice en el Critias que la isla Atlántida debe su nombre a su primer rey llamado Atlas (probablemente el mismo mítico Atlas sostener del cielo). Pero al respecto me inclino a pensar, con todo el respeto que siento por Platón, sobre la etimología atribuida a la Atlántida. O más bien, más que un error, digamos que Platón no contaba con toda la información necesaria como para elucubrar una mejor etimología del nombre que recibió de la isla. En lo que a mi opinión respecta creo que Platón debió hallarse en medio de un desconcierto total respecto de todo lo concerniente a la Atlántida. No hay que olvidar que el relato le fue transmitido por Solón, quien a su vez lo escuchó de un sacerdote egipcio. En lo sustancial, tuvo que imaginar que el nombre Atlántida derivaba de Atlas, sin advertir que el sintagma principal que forma la palabra hay una raíz que no es griega, sino protogermánico, cara a todas las formas que esta lengua cobró entre los pueblos del norte y del centro de Europa. El nódulo esencial de la palabra Atlántida lo constituye la palabra "land", que significa "tierra". "At–land–ida" es así una palabra con raíz germánica, no griega; lo que prueba, de paso, que Platón no inventó la historia de la Atlántida, sino que tuvo que haberle sido transmitida, probablemente, en los mismos términos que señala el Critias y el Timeo.

Derivada del protogermánico la palabra Atlántida cobra sentido. Pues vendría a ser una "Tierra", un "País", un "lugar" en alguna parte del planeta. El Oera Linda nos da una pista a este respecto. El viejo manuscrito frisón habla de una isla sumergida en el atlántico casi 3000 años antes de Cristo. La isla lleva por nombre el de "Âldland", que significa "Tierra Antigua" o "Antiguo País" –también, "antiguo continente" (de "Âld" antiguo, viejo, etc. y "land" tierra). Aunque no podemos establecer que se trate de la misma isla del relato de Platón, nos da una pista interesante sobre una posible etimología de la palabra "Atlántida". "At" puede ser perfectamente una contracción de "Âld" y más precisamente de "Alt" ("antiguo", en alemán), de donde "Alt Land" vendría a ser la etimología más probable para la Atlántida, significando ésta el "antiguo país", la "antigua tierra".

Una última cosa: en la Grecia antigua sabido es que Zeus nació en el monte Ida (no confundir con el Ida cretense, ni con el Ida turco... este monte Ida es de la mitología... probablemente ni siquiera se hallara en el mediterráneo). ¿Será la etimología más adecuada para la Atlántida la de "Vieja Tierra del Monte Ida"? Después de todo, el Oera Linda, que no Platón, llama a la vieja "Âldland" el "país de las altas montañas. Y quizá este "Ida" de la mitología, lugar de residencia de los dioses, haya sido antes que una tierra de los griegos, un lugar más allá de los pilares de Hércules, la tierra más antigua de que tenga memoria el hombre de la Europa primordial.

viernes, 3 de diciembre de 2010

El Sagrado Nombre de Chile

Por Hyranio Garbho

El nombre de Chile es un misterio.  Aunque lo es también el nombre de otros países de la América románica.   Pero, si bien es cierto, no ha podido determinarse el origen o significado del nombre de muchos de estos países, el caso de Chile representa definitivamente un caso aparte, sólo parangonable al misterio que rodea el origen y significado del nombre de "Brasil".   Por ejemplo, el nombre de países como Paraguay, Uruguay, Panamá, Nicaragua y México, aunque aun se discute su significado, se sabe con precisión que son de origen indígena.  Paraguay y Uruguay son voces guaraníes.  México es una voz nahuatl.  También el nombre de Guatemala es de origen nahuatl, pero en este caso queda claro cuál es su significado.  Guatemala significa "lugar de muchos árboles".  Nicaragua, el otro país cuyo nombre es de origen indígena viene del cacique Niquerahua.  Y también los nombres de Colombia y Bolivia, se sabe, fueron puestos en homenaje de personajes emblemáticos de la historia de nuestra Latino América.  Honduras, el Salvador y Costa Rica son voces castellanas.  Aunque en el caso de Honduras se cree que la palabra es una castellanización del nombre "Huntulha" cuyo significado es "país de costas acuosas".   Con razón o sin ella, la palabra es indiscutiblemente una voz castellana; y es muy difícil no atender, por sentido común, a la idea que ésta expresa: la idea de profundidad, de honduras.  Por lo que muy probablemente el nombre del país haga referencia a una región de Honduras y Profundidades –se sabe que esta región es montañosa en casi un setenta por ciento.  En mi opinión este nombre no pudo venir sino de este hecho.  La palabra Perú, aunque se ignora su significado, es también de origen indígena.   Los indígenas del río Virú, al norte del actual Perú, llamaban a este país Virú.  Y aunque existen otras hipótesis la nominación de esta región como Perú –castellanización de la voz indígena Virú o Berú–, desde antes del descubrimiento del país, es un hecho documentado y ampliamente constatable.  Los nombres de Venezuela, Ecuador y Argentina son, junto a los ya mencionados nombres de Colombia y Bolivia, los que menos misterio representan.  Ecuador fue llamado Ecuador por la línea del Ecuador, Venezuela lo fue por su remembranza de la Venecia itálica; y Argentina es una castellanización de la palabra latina Argentum, cuyo significado es "plata", en referencia al "País de la Plata".  Sólo "Brasil" y "Chile" constituyen nombres misteriosos de los que se ignora, incluso, el origen de la palabra.

Aunque el nombre de Brasil proviene indiscutiblemente del hecho de que los descubridores portugueses confundieron el lugar con la mítica Isla de Brasil, ubicada en el Atlántico, frente a las costas de Irlanda (de allí su carácter misterioso), es parangonable al caso de Chile, por dos importantes razones: primero, porque se ignora por completo el origen de la voz "Brasil", y, segundo, porque está asociado a una Isla en el Atlántico, isla fantasmagórica, de la que se tiene evidencias únicamente en los mapas del medievo, particularmente los mapas de Dalorto (1325), Pizigani (1367), Piri Rei (1513), Ortelius (1595), Mercator (1595) y el famoso mapa de Europa, anónimo de 1570.  Esta isla fantasma del Atlántico es relevante porque está asociada a las leyendas de la Atlántida, Thule y el país de los hiperbóreos.  Es en este sentido, ya se verá más adelante, que el nombre de Brasil es igualmente misterioso que el sagrado nombre de Chile.  Oficialmente se sabe que la palabra Brasil viene del Pau–Brasil (en castellano: Palo Brasil), nombre que los portugueses dieron a un árbol de la región que crecía allí abundantemente y que al ser rojo como una brasa le llamaron Brasil.  Pero es probable, no lo sabemos, que esta fuera la misma razón por la que la fantasmagórica isla del Atlántico fuera llamada así.  Después de todo, no sería descabellado imaginar, atendiendo a los relatos que existen, que la Thule de los orígenes tuviera un aspecto tan paradisiaco como lo ostenta el país del Pau–Brasil.

El nombre de Chile se relaciona con esto último porque la voz Chile, que no es una voz indígena, hace igualmente referencia a un misterio relacionado con la Atlántida, con la Thule de los orígenes.   La voz Chile, digámoslo sumariamente, es la traslación a voces indígenas de una voz todavía más antigua, de origen germánico, rúnico, atlántico, en la que aun podemos oír las palabras Tile, Tyle, Thyle, Thule.  He aquí su carácter sagrado.  Lo que sigue es una hipótesis personal sobre el origen del vocablo "Chile".

No hay consenso aun sobre el origen de la voz "Chile".  Y probablemente no lo haya en mucho tiempo más –si es que acaso cabe pensar optimistamente que lo haya alguna vez.  Según las hipótesis más célebres el nombre de Chile vendría del trinar de un pájaro, de una voz quechua que significa frío, o una voz aimara que significa lugar donde se acaba la tierra, del nombre de un cacique o de un hidrónimo en el valle del Aconcagua, etc.  Ninguna de estas hipótesis, no obstante, aclara el significado de la palabra. Y aunque algunas nos resultan ampliamente descartables, otras nos merecen una atención y una mirada más cuidadosa. 

Don Alonso de Ercilla y Zúñiga, en la Araucana, dijo que el nombre de Chile se debía al nombre del valle principal de la región.  González de Najera añadió a esto que el nombre de Chile era de origen indígena –aunque no especificó cuál– y que significaba "frío", porque los indios consideraban que estas tierras eran muy frías a causa de los vientos que corren de sus nevadas sierras en invierno.  Diego de Rosales, en el siglo XVII, decía que el nombre de Chile se debía a un cacique del Aconcagua llamado Tile.  Pero el mismo autor añade en su Historia General del Reino de Chile que el nombre fue puesto por los españoles, quienes castellanizaron la voz indígena Tili.  Según Rosales, cuando Almagro marchó del Cuzco hacia la conquista de las tierra del Sur se topó con unos indígenas a quienes preguntó de dónde venían, y respondiéndoles éstos que venían de Tili o Tile decidió poner así a estas tierras, castellanizando la voz Tile en Chile.  Jerónimo de Vivar, mucho antes que éstos últimos, señaló en su Crónica y Relación Copiosa y Verdadera de los Reinos de Chile, fechada en 1558, que el nombre de Chile se debe a la expresión aymara "anchachire", cuyo significado es "gran frío", dada a Almagro por unos indígenas venidos del Perú.  Según Vivar este es el motivo por el que se le llamó al valle CHIRE, de donde por deformación del uso de la palabra culminó llamándose Chile.  Aunque esta hipótesis no me parece en absoluto descabellada no veo por dónde, en cuanto estudioso del lenguaje que soy, que la letra "R" se haya podido declinar en "L".  Estructuralmente hablando, las corrosiones del lenguaje, que acontecen todas siempre siguiendo un patrón estructural (esto ya lo estudiaron los discípulos de Saussure y el propio Saussure antes que ellos) dan cuenta de una lógica en la que esta supuesta declinación de la "R" en "L" resulta muy sospechosa, por no decir, rara o imposible.  Pero suspendamos mientras nuestro juicio al respecto.   Quisiera hacer una pequeña "aparente" digresión antes de entrar en la auténtica materia que nos ocupa en estas líneas.

En febrero de 1925, en Panamá, tuvo lugar uno de los hechos más curiosos de la historia de nuestra América románica.  Allí, los indígenas kunas del Panamá decidieron independizarse de este país formando una República Autónoma a la que llamaron Tule.   Este hecho no sería tan sorprendente si no viniera unido a otro símbolo significativo, cual es, el símbolo y diseño de la Bandera de la naciente República de Tule.   Esta Bandera, semejante en colores y diseño a la Bandera de España ostentaba en el centro el símbolo de una swástika.  Para quienes tenemos conocimiento esotérico no será difícil notar la sincronía: La swástika era el símbolo del país de Thule, de la más antigua tradición.  Por eso fue el símbolo privilegiado de la Sociedad Thule: una swástika a la que se anteponía una daga.   Pero ¿por qué los indígenas kunas del panamá decidieron llamar a su naciente república como República de Tule? ¿Qué clase de memoria, de recuerdos ancestrales, tenían estos indígenas, que les permitía, además, asociar el nombre de Tule al símbolo de la swástika?

Nuestra explicación, dicha del modo más sucinto que puedo, es la que sigue.  Me baso, para ello, en el testimonio de un libro sagrado que tengo el privilegio de estar reconstruyendo desde el kálico ignoto al castellano moderno.  Me refiero a Las Bodas Arkhanen  .  Según Las Bodas Arkhanen el verdadero nombre de la Atlántida fue Thule.  Atlántida no es un nombre, sino un modo de expresarse.  Esto me lo sugirió un libro que traduje directamente del frisón antiguo y que fue ya publicado el año pasado bajo el título de Oera Linda.  Atlántida es una expresión proto–nórdica que significa "Tierra Antigua" (Alt–Land, de donde viene Atland).  Es la tierra ubicada más allá del viento norte, en el extremo septentrión, que Píndaro llamó el país de los hiperbóreos.  Tampoco "Hyperbórea" es un nombre, sino una expresión.  Ésta nunca fue usada, en realidad, por los antiguos –es decir, por Píndaro o sus contemporáneos .  Píndaro no habló de Hyperbórea, sino de los Hyperbóreos, para referirse a los que habitaban un país en el extremo septentrión al que nunca nominó (y del que nunca se enteró cuál era su verdadero nombre).  Ese país, siguiendo las enseñanzas de Las Bodas Arkhanen y del Oera Linda, se llamó Thule, su símbolo fue una swástika, y sus habitantes se llamaron arkhanen.  Ese país desapareció sumergido en las aguas del Atlántico. Sus habitantes, los que sobrevivieron, hablaron de él como la Tierra Antigua, Atland; nombre que llegó a los oídos de Platón como Atlántida.  Ecos de esa tierra podrían ser la fantasmagórica Isla de Brasil, pero también la Tile de los mapas de Olaus Magnus y otros cartógrafos del renacimiento.  Sumergida en el océano, sus sobrevivientes marcharon en distintas direcciones.  Y algunos de ellos llegaron a estas tierras con sus servi y anquilæ (esto es, con los ancestros de los indígenas), pero marcharon luego de retorno a sus orígenes, grabando en la memoria de estos últimos, el esplendor de  una época dorada que no tendrá eco en sus porvenires.  

Basado en este relato me permitiré elaborar la siguiente hipótesis sobre el sagrado nombre de Chile.  Asumiendo que los habitantes de la antigua Thule (Atlántida o Hyperbórea para los desentendidos) hubieran efectivamente desembarcado en las costas de nuestra América, en una época tan inmemorial que se pierde en la noche de los tiempos, es ésta una razón que podría explicar la curiosísima existencia de la fugaz República de Tule en Panamá y su símbolo de la swástika en la bandera.  Lo que pudo acontecer fue lo siguiente: los arkhanen, habitantes de Thule, sobrevivientes de su inmersión en el océano, fundaron en la América Central un reino, un magnificente reino, constructores quizá de las pirámides de México, y verdaderos autores del calendario, la astronomía y la escritura equívocamente atribuida a los Mayas.  Pero siguiendo un impulso vital (una memoria de su sangre) marcharon de esas tierras hacia el polo Sur, y más allá todavía, hacia la Antártica.  Los únicos que le recordarían en la América Central serían los indígenas.  Por eso los kunas, quienes guardaban en su memoria ancestral el recuerdo de los antiguos habitantes de la Thule desaparecida, en homenaje de éstos buenos gobernantes, decidieron emularles en el nombre y en el símbolo que grabaron en el corazón de su bandera. 

Pero los arkhanen siguieron su impulso vital más al sur.  Buscaban el oasis en las frías tierras meridionales de la América Patagónica.   Después de todo, la leyenda de la Thule ancestral dice que ésta era un oasis tropical, parecido a las tierras del Brasil, en medio de una zona de hielos eternos. ¿Vinieron los arkhanen, los habitantes de la antigua Thule, a estas tierras del sur del mundo?  Recapitulemos un poco lo que hemos venido diciendo y atemos los cabos que antes dejamos sueltos.  Jerónimo de Vivar y González de Najera decían que los indios aymaras llamaban a este lugar "Chire" y que esta palabra significaba "Frío".  Ambos dicen luego que la palabra "Chire" se desvirtúa entre los españoles convirtiéndose en "Chile".  Desde un punto de vista de la lingüística estructural, un cambio de este tipo vendría a ser muy raro, por no decir imposible.  Ya apuntamos algunas líneas sobre esto más arriba.  Pero no sé si podría ser factible al revés.  Esto es, que la palabra no fuera indígena, y que los indios hayan podido mutar el sonido de la "L" por el de la "R".   Y aunque no sé absolutamente nada sobre lenguas indígenas de este lado del mundo, me hace mucho más sentido el que los indios hayan podido trucar la "L" por la "R" y no al revés.   Así, la palabra que los indios aymaras asociaron al "frío" podría venir perfectamente del nombre conocido por ellos de este lugar.  Es decir, en otras palabras, que no fue en virtud del frío que los indios llamaron Chire a Chile, sino que fue al revés, esto es, que en virtud a que estas tierras eran ya llamadas Chile por habitantes ancestrales, y en razón a lo frías que eran, fue que los indígenas aymaras, y probablemente otros indígenas antes que ellos, llamaron Chire al frío.


Nuestra hipótesis es la que sigue.  Los arkhanen de Thule llegaron a estas tierras en épocas inmemoriales, fundaron aquí su famosa Ciudad de los Césares a la que llamaron Norithien, el nuevo reino de Thule, como su patria ancestral, y los ecos de esta voz se grabaron en la memoria de los indios locales, algunos de los cuales, los de más al norte, con el trascurrir del tiempo, pudieron mutar, en parte, su sonido (el reciente ejemplo revisado de la "R" y la "L").  Pero más al sur el nombre se conservó casi íntegramente.  La voz griega "Thoule" suena "Zule" y la voz también griega Thile suena "Zile".  Ambas Thoule  yThile fueron las palabras que los griegos utilizaron para Thule.  La primera se transcribe literalmente como "Thule" y la segunda como "Thile".  Siendo la TH un fonema anglosajón, germánico–nórdico conocidísimo, que se pronuncia muy cercanamente al sonido de la "Z" de la península.  En nuestra opinión, la voz Chile se deriva de Tile, y ésta a su vez de Thile o Thule.  Después de todo, es ésta una opinión muy bien fundada de don Diego de Rosales, quien decía que el valle del Aconcagua era llamado por los indígenas "Tile", y lo decía apenas cien años después que Olaus Magnus publicara su Carta Marina, donde aparece el nombre de "Thule" como "Tile", sin que tengamos noticias que el cronista español haya conocido al cartógrafo sueco.  En realidad, lo que creemos es que el nombre de "Tile" es una evocación de la vieja "Thule" y que ésta es la razón por la que éstas tierras fueron llamadas así.  De esto estaba esotéricamente informado nuestro Padre Patrio, don José Miguel de la Carrera y Verdugo, quien, no sin conocimiento, hizo poner en el frontis del escudo nacional (el Escudo de la Primera República) la siguiente críptica leyenda hasta hoy muy mal comprendida e interpretada: Post Tenebras Lux.  Si se lee mi ensayo sobre el significado del nombre de Thule, publicado unos años atrás, se entenderá el sentido de esa leyenda en el Escudo.  Thule significa precisamente que el triunfo sobre la muerte (en el caso de la naciente república de Chile, la independencia) se conquista a través de un camino que va de la oscuridad a la luz (Post Tenebras Lux).  Pues es ése un primado de significación esotérico–alquímico.  Pero hay todavía más: en la bandera elegida para presidir el pabellón de la naciente república el Padre de la Patria utilizó los colores de la Aurora de Thule (el azul, el blanco y el amarillo) e hizo poner en una esquina de la franja superior, la franja blanca, una Cruz de Santiago en color rojo.  Es esta cruz un fyrfos, una swástika encriptada[1].  Completando con ello una asociación más que sincronística con la vieja Thule, a la que estamos unidos por tradición y destino.


[1] Al respecto, invito a nuestros lectores a leer a Guido von List.