Por Hyranio Garbho
En Santiago de Chile se halló una vez, hace mucho, Élelin, la mágica ciudad que aparece y desaparece, residencia del dios blanco (o héroe blanco) Lin–Lin. Este enclave misterioso se halla en el vértice izquierdo de la pirámide que informa los sitios donde se halló el Uril. Por eso, de antaño, se supo que se trataba de un lugar sagrado. En los tiempos modernos la ciudad fue bautizada como Santiago por don Pedro de Valdivia, en honor y homenaje a Santiago el apóstol, el patrono de España. Este dato, aparentemente menor, es de una importancia gravosa para el devenir de lo que estamos escribiendo. ¿Por qué Valdivia eligió el nombre del apóstol Santiago para nombrar la ciudad situada precisamente en los valles donde antaño se hallara Élelin? La respuesta ciertamente es un misterio. La opinión obvia y material es que tuvo a la vista la ocasión de homenajear con ello al santo patrono de su amada patria, España. Y es probable que haya sido efectivamente así. No lo sé. Lo que sigue es especulación pura. Especulación a la que he llegado basado en la lectura del escritor español Carlos Sánchez–Montaña, quien en 2011 publicó una serie de artículos sobre el significado esotérico del Camino de Santiago.
La tesis de Sánchez–Montaña, explicada de un modo muy resumido, es que las figuras evangélicas de Pedro, Juan y Santiago corresponden más bien a un arquetipo simbólico que a personalidades históricas. La clave para entender esto supone volver la mirada hacia los lugares santos donde se les estima enterrados. La tumba de Santiago apóstol hallaríase en Santiago de Compostela, la de Juan en Éfeso y la de Pedro en Roma. Si se traza una línea recta (en rigor oblicua, recta, pero inclinada) en un mapa plano desde Éfeso hasta Santiago de Compostela, resulta que esta pasa justo por donde se encuentra Roma.
Esotéricamente hablando una línea inclinada, aunque recta o derecha, es sinónimo de un vacío, una nada. Líneas de este tipo se usan de común en conjuros más o menos oscuros. Ejemplo de ello es la cruz cristiana, tergiversación de la cruz aria, cuyos cuatro brazos proporcionales y equidistantes, de armónica medida, son alterados extendiendo hacia abajo la línea vertical, en una proporción derechamente inarmónica. Si el relato de Sánchez–Montaña tiene asidero trataríase entonces de la actualización de un conjuro, de un ritual de magia negra cuyos fines sólo pueden dar lugar a cuestiones espurias. ¿Será éste el origen del judeo–cristianismo? Santiago, Juan y Pedro son los apóstoles más emblemáticos de la religión judeo–cristiana. Si sus tumbas se hallan equidistantes todas ellas de Roma (de tal modo que la misma distancia que separa a Santiago de Compostela de Roma, separa a Roma de Éfeso), y además describiendo una línea inclinada perfecta que pasa rectamente por las tres locaciones, no es descabellado pensar que esto suceda así no por razones aleatorias. Los puntos y las líneas parecen indicar el eje en torno del cual, a partir de entonces, se desplegará un poder que regirá los destinos del mundo. Ese poder fue objetivo. Se llamó Iglesia Católica. Tras el cual, en opinión de muchos (Nietzsche entre ellos) se hallaba algo todavía peor que la Iglesia misma: esto era la doctrina que ella divulgaba, el judeo–cristianismo.
Estas ideas me llevaron a elucubrar una serie de hipótesis y conjeturas sobre las razones secretas que motivaron en Valdivia llamar a estos valles con el nombre del apóstol Santiago. Soy plenamente consciente de lo improbable que resulta toda la especulación que voy a plantear. Pero lo hago lúdicamente y con toda la libertad del mundo que puede atribuirse alguien que especula y tantea sobre asuntos que sabe, no están, resueltos lo suficientemente. Mi especulación es que el nombre de Santiago se debe a la intención deliberada de instalar aquí, donde antaño se halló el mágico enclave de Élelin, su contrapartida iniciática, su clave de anulación esotérica. Se trataría de una contra–iniciación, de un conjuro mágico para anular, en estos valles, las claves sagradas emanadas de la tierra y la geografía (geometría) del lugar, donde venideramente, si damos crédito a Grenze, debieran surgir y retornar Las Glorias de La Noche.
Me cuesta creer que Valdivia haya podido ser depositario de estos secretos. Prefiero pensar que si actuó así lo hizo movido por los clásicos hilos ocultos que mueven secretamente también todo y manipulan voluntades. De manera inconsciente, automática, muchos son los dirigidos desde un otro lado, un otro centro, hacia maquinaciones contra–iniciáticas; lo mismo que lo somos nosotros hacia objetivos iniciáticos. Mi hipótesis es que Valdivia, desprovisto como estaba (aparentemente) de las claves de esta iniciación –pues fundaba ciudades en nombre de un rey que servía a Roma– actuó movido por las fuerzas de la contra–iniciación, sin ser, por cierto, plenamente consciente de ello. Queda reservado a mis lectores establecer si estos hechos tienen algún asidero o si son simplemente fruto de una especulación altamente informada por claves del esoterismo y la filosofía hermética. Mi posición es que, en cualquiera de los dos casos, no hay elementos suficientes para llegar a una verdad taxativa. Pues esta siempre parecer ser fruto de una construcción, como dirían los deconstruccionistas. Así, la verdad de los otros, sobre estos asuntos, no es más que un constructo surgido desde su exotérica especulación; la nuestra, en cambio, nos viene impuesta por nuestra especulación esotérica. ¿Cuál tiene mayor valor? Ninguna y ambas. Todo dependerá siempre del vitral desde el que se las mire.
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